La Bula de la santa Cruzada concedida por el Papa, era una bula que otorgaba indulgencias a quienes luchan contra el infiel, o contribuyeron a los gastos contra su lucha (el tesoro de la Iglesia militante).
Fue concedido por primera vez a un monarca español Felipe II, en 1509, y posteriormente fue renovado y ampliado su alcance por sucesivos papas. El trabajo detalla los orígenes, desarrollo y organización de este, cómo se iba a predicar, cómo se iban a ofrecer las indulgencias, la administración espiritual y financiera de todo lo relacionado con la Bula, junto con detalles de dónde y cómo las diversas las ediciones de la bula debían producirse en todos los dominios españoles, ya qué ciudades y pueblos debían enviarse diversas «cédulas», etc., y cómo estaban redactadas.
La Bula, contenia la disposición papal, el subsidio, la suma que se destinaba a la campaña bélica, y el excusado era la exención de impuestos que obtenia quien la recibía en favor o beneficio por su participación en la cruzada.
A tal efecto, para su buen orden, se creó el Consejo de Cruzadas, que dio lugar posteriormente al Consejo de Ordenes, que en España actualmente se conserva como institución.
En el ámbito de la renovación religiosa es preciso considerar las órdenes y congregaciones que surgieron con el apoyo del Papado, dentro de la que podemos considerar a nuestra institución La real Archicofradía.
Es un hecho más complejo de lo que pueda parecer, pues sus fundadores debían aportar argumentos sólidos para salvar la prohibición de fundar nuevas órdenes establecida por el IV Concilio de Letrán (1215).
Desgajándose de la rama observante del franciscanismo, surgió en Castilla la reforma guadalupiana, erigida en congregación sub arctiori observantia vivendi modo, según afirma la bula de fundación otorgada por Alejandro VI en 1496. Su evolución no fue pacífica, por la oposición de algunos frailes observantes que denunciaron a los Reyes Católicos el transfuguismo de conventos. Tras un período de negociaciones, el Papa finalmente les amplió las facultades de incorporar a los conventuales y fundar conventos en cualquier lugar de la península Ibérica.
Del tronco franciscano también surgió la nueva orden de los mínimos, fundada por san Francisco de Paula y conocida por Rodrigo de Borja al menos desde que intervino en 1467 en la gestión de una indulgencia para el convento calabrés de Paola (Calabria). Como pontífice, aprobó la segunda redacción de la regla en 1493, que intensificaba la dimensión eremítica de la orden. Sin embargo, su extraordinaria difusión favorecida por los poderes políticos acabó por transformar el incipiente eremitismo en un cenobitismo mendicante que confirmó Alejandro VI en 1495. Siete años después, el cardenal Carvajal y el referendario pontificio Felino Sandei examinaron una nueva regla aprobada por el papa en 1501-1502, en la cual se daba cabida a la orden tercera integrada por laicos deseosos de vivir el espíritu penitencial de los mínimos.
La espiritualidad franciscana también debió influir en la orden de la Anunciada (l‟Annonciade) u orden de la Vírgen María, fundada por Santa Juana de Valois –reina de Francia– con la ayuda del minorita observante el beato Gabriel-María. Tras la declaración de nulidad de su matrimonio con Luis XII y siguiendo una inspiración sobrenatural, Juana puso en marcha esta orden, que pretendía honrar a la Virgen María mediante la fiel imitación de su vida. Gabriel-María se encargó de redactar la regla, que fue estudiada en Roma por el datario Giovanni Battista de Ferrari y confirmada por Alejandro VI en 1502, a pesar de la oposición de varios cardenales.
Distinguiéndose de estos brotes de espiritualidad ligada al contemptus mundi, la orden dominica proporcionó modelos de santidad femenina más comprometidos con la renovación moral y espiritual de la sociedad civil. Nos referimos al movimiento liderado por la beata Colomba da Rieti (1467-1501) y Santa Lucia de Narni (1476-1544).
Entre los movimientos más originales que contribuyeron a extender los nuevos ideales de reforma en los medios urbanos han de contarse las cofradías laicales y religiosas, que tenían por objeto la autoreforma personal y social a través del culto, la intensificación de la práctica sacramental y el fomento de las obras de misericordia. Su capacidad de involucrar tanto al pueblo como a las élites eclesiásticas ha llevado a Hubert Jedin y a Christopher Black a ver en este movimiento una evidente manifestación de los nuevos ideales espirituales en ambientes civiles, dentro de un proceso de trasformación que pasa de una piedad de carácter íntimo a una religiosidad más volcada al exterior y llamada a influir en los comportamientos colectivos
REVISTA BORJA. REVISTA DE L‟IIEB, 2: ACTES DEL II SIMPOSI INTERNACIONAL SOBRE ELS BORJA